
Crisis, que si tiene su origen en causas de diversa índole, encuentra su explicación en el crecimiento excesivo de las desigualdades. Fueron años, más bien décadas, de aplicación de políticas neoliberales que dejaron como consecuencia un mundo mucho más rico pero a la vez muchísimo más injusto. Un mundo donde resuenan con frecuencia los tambores de la guerra, y se desconocen y pisotean las decisiones de la comunidad internacional. Un mundo rico que discrimina y que aplica políticas xenófobas y racista hacia los ciudadanos del mundo pobre.
La desregulación global ha ido conjugando así una nueva división internacional del trabajo donde –como diría un observador europeo– China es la fábrica del mundo, India la oficina, América Latina la granja, Europa el hogar de ancianos y Estados Unidos el cuartel.
El siglo XXI abre entonces un gran debate en el seno de la izquierda: ¿Qué Estado?, ¿Qué gobierno?, ¿Qué política?, ¿Qué economía?, y ¿Qué sociedad?
El liberalismo dejó siempre a los socialistas la tarea de fabricar utopías, y el socialismo debió a esa actividad utópica o utopizante gran parte de su vigor y de su dinamismo histórico. En la mayor parte de Europa, gran parte de todo ello se encuentra perdido o apagado.
El Siglo XX también nos enseñó con la caída del Muro, que cuando el socialismo fue “real” murió, y que cuando se transformó en imperialismo desarrolló su autonegación. Lo que uso en cuestión la crisis del llamado “socialismo real” que hizo eclosión con la caída del Muro de Berlín, fue precisamente un “modelo de socialismo” – basado en la centralización estatalista, burocrática y autoritaria – que en realidad nunca fue tal. Se trató de una concepción que negaba la democracia, en tanto y en cuanto sacrificaba la libertad en aras de la igualdad. El fracaso de ese modelo demostró que cuando se sacrifica la libertad, también se pierde la igualdad. La relación entre socialismo y democracia es de carácter indisoluble: no hay socialismo sin democracia.
Este siglo terrible, donde murieron por la acción humana más de 200 millones de personas producto de guerras, dictaduras y totalitarismos demostró que la supuesta ineluctabilidad del Socialismo no se plasmó de acuerdo a las predicciones de Marx. Pero al mismo tiempo ha ido demostrando que tampoco puede afirmarse la ineluctabilidad del mercado.
¿Cómo serían entonces la economía y la sociedad dentro de cien años? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que depende de la mano del hombre, es decir, de cada uno de nosotros mismo. El hombre será el artífice de su propio destino.
Entramos así en el siglo XXI con la proclamación reiterada del triunfo de la democracia, pero con la constatación de las dificultades crecientes para cumplir sus principios fundantes. Hasta hace muy poco, se intentó simplificar la interpretación del pasado y del presente hablando del futuro como fin de la historia, proclamándose el pretendido triunfo definitivo de la ideología del mercado y de la democracia liberal en el mundo. Democracia liberal basada en una concepción meramente procedimental, que ha obturado la dimensión participativa y deliberativa de la vida política, reduciendo así la noción de ciudadanía exclusivamente a la faz electoral.
Unir democracia y mercado no tiene entonces base científica, son dos proposiciones contradictorias. Mientras el mercado se desarrolla en la desigualdad, que es su “motor”, la democracia, con la premisa “un hombre un voto”, camina en la igualdad.
Oscar Wilde escribió cien años antes de Stalin que un socialismo autoritario no serviría de nada. Es lamentable que una parte de nuestra comunidad deba estar prácticamente en la esclavitud, pero es infantil resolver este problema esclavizando. Y terminaba afirmando Wilde que la desobediencia, a ojos de cualquiera que ha leído la historia, es la virtud original del hombre. El progreso se hizo a través de la desobediencia.
Por todo ello hoy América Latina abre un debate interesante, porque son los de abajo, después de tantas décadas de explotación, los que se expresan votando y apoyando a gobiernos que intentan ir en línea con sus demandas, abriendo nuevas experiencias en la región. Como lo hacen Evo Morales en Bolivia; Lula y, ahora, Dilma en Brasil; "Pepe" Mujica en Uruguay; Correa en Ecuador.
Y el Bicentenario debe ser en este sentido una buena oportunidad para realizar una reflexión. Una sociedad progresista no es sustentable en el tiempo sino se la construye desde abajo hacia arriba. No hay ningún Emperador Caracalla o iluminado que otorgue ciudadanía a todos sus súbditos. Lo verdaderamente revolucionario es liberar la participación. Debemos luchar para extender la idea que la participación ciudadana puede, y debe, ir mucho más allá que el voto. La democracia no es sólo un procedimiento, sino una ambición ética y una pasión por la igualdad y la libertad. La democracia, como experiencia humana ligada a las luchas históricas por la igualdad, libertad y justicia social, es una experiencia siempre inacabada que se construye día a día. Los trágicos finales de muchos gobiernos populares en las últimas décadas, son la cruda evidencia de que esto no es una pose, no son meras palabras. Por ello, el Socialismo debe plantearse como horizonte la construcción una Democracia de Nuevas Bases.
De cara al proceso electoral que tenemos este año es oportuno volver a plantear – como lo hicimos con los 10 Puntos Programáticos que entregamos a las fuerzas políticas amigas – que no hay nueva política ni verdadero cambio progresista:
1. Sin Reformas tributarias que reviertan la profunda regresividad del sistema. Deben pagar más lo que más tienen y más ganan, no como sucede hasta hoy con un sistema asentado en el impuesto indirecto al consumo. El combate a la pobreza sólo será efectivo con una profunda reforma tributaria. Y no se trata sólo de ayudar a los pobres, sino de fundar un nuevo contrato social como base para achicar las brechas de desigualdad.
2. Sin reformas provisionales que garanticen un sistema de previsión social integral, digno, justo y solidario. El 82% del Salario Mínimo, Vital y Móvil como piso de inclusión, la reconstrucción de la pirámide previsional a través del cumplimiento del fallo Badaro, y un ingreso universal a todos quienes no accedan a ningún tipo de jubilación, deben ser los ejes de esta política.
3. Sin políticas sociales universales que rompan los mecanismos clientelares de las políticas focalizadas que consolidan la exclusión. Por lo tanto, la universalización por ley de la Asignación por Hijo es una necesidad imprescindible.
4. Sin una nueva política en relación a los servicios públicos que garantice el acceso universal a los servicios esenciales. El funcionamiento de los entes de control a las empresas concesionadas y al Estado, las audiencias públicas que garanticen tarifas justas y razonables, y la implementación de la tarifa social a los sectores populares.
5. Sin reformas educativas que reviertan la concepción economicista de la educación a través de una nueva Ley de Educación Superior.
6. Sin reformas en el sistema de salud, que permitan garantizar la accesibilidad, la equidad y la calidad en la atención integral de la salud a todos los habitantes del territorio nacional.
7. Sin reformas políticas que garanticen el mejoramiento de la calidad institucional, promuevan una mayor participación ciudadana, garanticen un papel creciente del Parlamento superando el hiperpresidencialismo, y una justicia eficaz e independiente.
8. Sin reformas laborales que promuevan la generación de empleo digno y de calidad, y la participación de los trabajadores en la marcha de las empresas.
9. Sin una reforma del sistema financiero que permita brindar apoyo y asistencia a la actividad productiva, a las familias, a las PYMES, a las entidades de la economía social, y a los sectores productivos más postergados del interior del país.
10. Sin una política de preservación del medio ambiente que permita un uso racional de nuestros recursos materiales en el marco de un desarrollo sostenible. Un nuevo Código de Minería que permita un mayor control de la explotación y una mayor participación estatal en las rentabilidades, y la recuperación de la renta hidracurburífera para el Estado argentino, son dos de los ejes centrales de esta política.
Una Democracia de Nuevas Bases sintetiza el desafío democrático actual. Una democracia que conjugue calidad institucional con justicia social y distributiva. Una democracia que recupere la visión perdida de la democracia como gobierno del pueblo. Y para ello, es imprescindible recuperar como utopía el ideal del autogobierno y la democracia directa.
Y, ¿Con quién recorreremos ese camino?
Indudablemente, con un Frente Progresista que exprese las demandas populares de distribución del ingreso y mejora de la calidad institucional. El Partido Socialista entiende que este Frente a partir en primer lugar desde las coincidencias programáticas, es por ello que se reunió con la Unión Cívica Radical, Proyecto Sur, GEN y Unión Popular para entregarles los 10 puntos programáticos que representan un punto de partida fundamental de coincidencias progresistas.
Y el segundo punto de partida es el establecimiento de pautas de funcionamiento democrático de ese espacio. Un Frente funciona democráticamente cuando todos sus integrantes a través de sus partidos participan en la forma de decisiones y en la gestión de gobierno. Esa es la garantía del cumplimiento de los compromisos programáticos asumidos y el contrapeso de los liderazgos de popularidad coyunturales.
Hoy los socialistas sabemos más, y hoy somos muchos más que ayer. Los 114 años de historia de nuestra organización política son la evocación de una historia que nos enorgullece, desde Juan B. Justo, Alfredo Palacios y Alicia Moreau hasta Guillermo Estévez Boero y Alfredo Bravo, toda una generación de socialistas que nos transmitieron con su ejemplo los ideales de Igualdad, Libertad y Solidaridad. Pero sabemos que, pese a todo el acervo histórico que tenemos detrás, es mucho más importante lo que tenemos por delante.
El Partido Socialista es el partido de las mujeres y los hombres que a lo largo y ancho del país sueñan con una sociedad más democrática, justa y libre. Una organización que debe ser abierta, transparente, movilizadora y sensible a los anhelos y las aspiraciones ciudadanas.
Una organización para los militantes y simpatizantes y para todos los ciudadanos que creen y trabajan por un país distinto. Un canal de expresión de las ideas progresistas en la República Argentina.
Un partido que quiere hacer viables los sueños y esperanzas de aquellos ciudadanos y ciudadanas que desean un futuro distinto, un futuro mejor. Un futuro que sólo será posible si lo imaginamos ya desde el presente, sumando ideas y voluntades para tratar los temas fundamentalmente de una agenda progresista.
Un partido con vocación de mayorías, que gobierna hace 20 años en Rosario, y que desarrolla su acción legislativa en Concejos Deliberantes, Legislaturas provinciales y en el Congreso de la Nación, que ha llegado a su más alta expresión política gobernando por primera vez una provincia argentina como Santa Fe. Un partido que desde la acción práctica de la política ha demostrado que se puede gobernar con honestidad y solidaridad.
Un partido que cree que es necesario construir un Frente Progresista basado en un consistente acuerdo programático, y que tenga como eje el desarrollo integras del país y la profundización de la democracia en todos sus frentes.
El gran reto es entonces enriquecer nuestro proyecto político a través de la pluralidad y la participación, abrirlo a la sociedad, sumar más voluntades y aumentar el compromiso de más ciudadanos y ciudadanas con el proyecto de cambio y con los valores y principios que encarna nuestra organización ya más que centenaria.
El Partido Socialista quiere convertirse en cause de las ideas progresistas en la República Argentina. Y en ese camino es imprescindible institucionalizar un espacio programático de coincidencias progresistas con todos los sectores políticos y sociales que comparten nuestra visión de país.
Por ello a la vez que continuaremos en el camino de construcción de ese gran Partido Socialista que todas y todos anhelamos, queremos ser artífices de la construcción de un Frente Progresista en la Argentina que, en base a un programa de centro-izquierda, integre a aquellas organizaciones políticas y sociales que expresan propuestas alternativas al proyecto hegemónico del oficialismo y alejadas de las alianzas de derecha.
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